ESA UNICA VEZ DEL GRAN TERREMOTO

"MUCHO CUIDADO CON LOS DAMNIFICADOS"

Ese año triste de 1,970, ya iba acabar mi secundaria en el San Agustín de Cajacay. Abril y mayo transcurrieron casi normalmente, a no ser que por ahí se escuchaban rumores de aparecidos y malos sueños premonitorios. Lo cierto es que los perros aullaban de manera extraña, como si realmente se remedaran; lo escuché con mucha atención desde mi cuarto de estudiante, un segundo piso, con ventana interior hacia el corralón de una típica casona colonial, en el mismo corazón de Cajacay. Así llegó mayo y la última fiesta, poco antes de la destrucción del pueblo. El programa de siempre, oneroso, fervoroso y pleno de jolgorio, tuvo algo inusual: el circo Berolina, se instaló en pleno Virgenpampa, contra viento y marea, nada pudimos hacer los deportistas, solo jugar cabreando las lonas del propio circo. Lo de este circo llega al caso porque, éste mismo, treinta días después salvó a muchos niños en Yungay. Por suerte esta vez si acertaron en ubicarse, justo en la parte alta, adonde no llegó el gigantesco aluvión.

Esa vez en el colegio, haríamos promoción exactamente23 muchachos muy sanos, inocentes y estudiosos. Digo sanos, en el sentido que más de las veces muy temprano, unos que otros, chicos y chicas, nos cruzábamos por las chacras, los caminos, o a veces compartíamos las mismas sombras de un eucalipto frondoso, dale que dale cada cual con sus libros, sin conversar, como se dice espalda a espalda, a todo nutrirnos de las materias, muy bien concentrados, sin morbos ni malicias como ahora. Éramos la segunda promoción, porque el colegio fue fundado el año de 1,965. Nuestro profesor Fernando Escate López - recientemente fallecido- ese gran iqueño, que dictaba las historias con fechas y lugares, sin consultar ni un texto, Alejandro Echevarría un matemático, serio cuando reíamos y reilón cuando no veía en serios aprietos numéricos. Elva Oleachea, bautizada como "H muda", también buenaza en lengua y literatura. Hubo en ese entonces un verdadero filósofo -ahora lo sé- un día de clases, a un compañero le hizo una pregunta, este no supo que contestar, estuvo mudo; pero él le puso buena nota, alguien extrañado le dijo: ¡profe, porqué, como es esto!, a lo que muy serenamente le respondió, "porque el silencio también es una respuesta". Este profesional limeño muy culto, se llamaba Emiliano Navarrete. El primer director se llamó Enrique Regalado, natural de Huarochirí. Los hijos cajacaínos residentes en Lima, gestores de este colegio, procuraron que CAJACAY tenga los mejores profesores, y así fue.

Un viernes 29 de mayo se puede decir que me salvé la vida. Mis padres vivían en Barranca, yo los extrañaba desde Cajacay. No me había ido con ellos pudiendo hacerlo, por el hecho de engrosar más el alumnado. Así que ese día decidí viajar, a más de eso, el 31 comenzaba el esperado mundial de México 70 y en Barranca ya habían televisores en blanco y negro, Esa misma tarde, ni bien se le enterró a un ciudadano Carlos Castillo Ríos, me embarqué en un camión y hasta me crucé con una carta donde mi madre me decía que todavía no viaje. El día fatal 31 de mayo, que ha quedado bien marcado en nuestras vidas, cuando almorzábamos poco tarde acompañados del tío Leonidas, quien había viajado aquejado por un diente, a eso de las 3.24, bruscamente un movimiento interminable nos sacó de la mesa, en la calle hubo gran pánico por los postes de luz y cables eléctricos. La tienda de mi padre de todos modos se resquebrajó y se vinieron del estante los vinos, gaseosas y abarrotes. No hubo víctimas que lamentar; más bien una vez sobrepuestos, queríamos saber la suerte de otros pueblos, pero todo fue inútil, se corto toda comunicación, aunque de Lima se restableció la radio, Juan Ramírez Lazo comunicaba familia por familia, pero de Ancash NADIE SABIA ABSOLUTAMENTE NADA, El tío que se había extraído una dentadura, dejando servida su taza de leche desapareció alma y cuerpo, pues se fue a Cajacay sin reparar en nada. El fue el pionero, uno de los primeros que llegó a pesar de la distancia, en seguida nosotros y muchos más preocupados por los suyos.

La gente es bruja o a veces aciertan. Circuló el rumor que Huaraz y Chimbote se habían destruido y no se equivocaban. No se como en esta angustia por saber de Cajacay, se presentó por estos lares el profe Navarrete con otros dos muchachos de Huambo, acordamos de inmediato retornar a CAJACAY sin perder un minuto más, de manera que tomamos el viejo carro "Cruz del Río" luego de no mucha súplica, el Sr Zarazú se animó llevarnos, con la condición de solo hasta donde se pueda entrar, salimos casi a las 6p.m. Efectivamente, pasando Shaura en las primeras elevaciones, tuvimos que bajar y continuar a pie, proveídos de dos buenas linternas de mano, unos panes, plátanos y gaseosas. El ascenso al principio fue suave, pero a altas horas sentimos el peso del esfuerzo. Al llegar A Chasquitambo, vimos un velatorio de niños. El río estaba turbio y las réplicas seguían que no paraban, así que tomar agua no era aconcejable. Felizmente en el semi destruido restaurant entrando a la Plaza, nos proveyeron de dos cervezas negras. Hay una verdad innegable en estas circunstancias, es la desgracia quien se encarga de hacernos buenos y solidarios. Ese momento si para todos hay un Dios. Por ejemplo en Chaucayán y Llamarumi nos recibieron con amor, como hermanos, ofreciéndonos cama y comida. Por más arriba unos huarinos o recuaínos, no recuerdo mucho, que venían de bajada, nos ofrecieron su canchita con charqui, mote sancochado con queso y no se que más y nosotros unos plátanos aunque apachurrados. Pero lo que más me conmovió fue cuando nos topamos por Huertas, con un manzanal a punto como en el paraíso, rojas y amarillas listas por coger y en suelo las mejores de esas que a los pájaros se les cae al primer picotón, nos moríamos de sed, los cuatro nos miramos, al punto que pensamos en voz alta: -vamos a zamparnos adentro- y así comenzamos a coger. Al no caber más en los bolsillos, atamos mangas de chompas y polos y cuando ya salíamos con nuestros bolsones a la carretera, un señor flaco alto que nos miraba sin dejar, temimos lo peor, el mismo debía ser el dueño, sudamos de nervios. Pero resultó un dueño amable, en lugar de indignarse con razón, nos tranquilizó: "este castigo de Dios es una advertencia, todos debemos de ser buenos, queridos amigos" diciendo esto nos dio orden para pañar toda la manzana que podamos llevar, pero ya fue más que suficiente. Es más, llegando a Cajacay a eso de las 4 p.m. experimentamos que los más palomillas también se habían mansas palomitas, ahora eran niñitos muy buenos. Esos de los más malcriados, vieras como nos recibieron con sus caritas de ángel, al borde de las lágrimas, señalándonos con la izquierda, con la derecha: calles, avenidas, colegio, iglesia, municipalidad todo en ruinas, tanto así que difícilmente uno podía acceder, atajados por el desmonte: aleros, carrizos, tejas, calaminas y adobes de edificaciones que fueron. Esa gran cosa admirablemente nos pareció poco, cuando al sacudir la cabeza, como que despertamos de una pesadilla, para apreciar las dolorosas consecuencias humanas, con tantos difuntos y heridos. A los primeros lo sacaban, los envolvían en sabanas y por sanidad lo llevaban a una fosa común hecha a la ligera en el cementerio. No se que sentí realmente aparte del estupor, al ver como es que a una mujer muy pobre la enterraron en un ataúd, incluso hubo espacio para su bebito muerto en sus brazos, este "lujo" fue gracias a su padre carpintero, irónicamente a la misma hora sepultaron en la fosa común al hombre supuestamente más rico de Cajacay, envuelto en una frazada. Así cayó la segunda noche más triste en la historia ancashina, nada se sabía mientras tanto de Yungay y otros pueblos hermanos. La gente que sobrevivió pernoctaban con que hambre y frío. Hubo un valiente policía Cesar Hidrugo Silva, un veterinario Moisés Aldave, ambos de Chiquián, don Fidel Ronquillo, el profesor Abel Gloria y otros se portaron como verdaderos héroes, los vimos corretear aquí allá salvando gente. Hidrugo quien años después murió en un accidente en la bajada de Mojón, fue quien se encaminó a pié a Barranca para solicitar ayuda. Muchos heridos después de los primeros auxilios, se quejaban y aguardaban el apoyo por tierra y aire. Felizmente llegó una brigada de médicos cubanos, momentos en que un helicóptero ruso perdió altura y se cayó en el cerro San Ignacio de Yamor, donde desgraciadamente murió ese gran médico barranquino Dr. Pedro Reyes. Po mi parte tuve la idea juvenil de bajar nuevamente caminando a Barranca y lo hice con algo de 60 cartas, donde madres hermanos, cuñados, etc. Avisaban que se habían salvado. Cada cual tenía su milagro. Recuerdo que al llegar a Chasquitambo al anochecer, una luz inmensa indicó que eran los tractores, que día y noche trabajaron por orden de Velasco Alvarado, Ya mucha paisanada con carros llevaban ayuda a sus pueblos, solo esperaban reabrir el resto de la carretera a Huaraz. Así fue como con ese viaje de viernes prácticamente me salve. Destruido todo Cajacay continué los estudios en el Billinghurst, junto con algunos compañeros. Los criollitos nos pusieron el mote de "damnificados" y hasta querían propasarse, seguramente porque el director Domingo Momdragón dijo con mucha razón en la formación, "Mucho respeto, cuidado con los damnificados" pero no hicieron caso, hasta que uno de los nuestros, un recuaíno apellidado De la Cruz, de tanto que le fregaba el sambo Cadillo, de un solo salto casi lo mató, en presencia de otros abusivos. Santo remedio fue, porque a partir de entonces tuvieron recién tuvieron MUCHO CUIDADO CON LOS DAMNIFICADOS.

EL HERALDO CAJACAINO

 

Regresar

Comenta, opina acerca de este tema