PRIMER SUEÑO
Me llamo Isauro. Soy el más antiguo de este pueblo. Tengo 97 años y no me siento viejo todavía. Fueron tiempos en que estuve enfermo más de cuatro años. No había remedio que me curase. Todos me habían abandonado, hasta mis hermanos.
De hambre y de sed, de puro hombre, lloraba arrojado en mi cama, sin poder levantarme.
Una noche soñé que caminaba por un campo desconocido. Tanto había avanzado que ya no pude regresar. El camino era tan hermoso, bordeado de flores multicolores, y cuando menos pensaba se acabó en un barranco.
Cuando quise volver había otro barranco a mis espaldas. Allí empezó mi problema. Ya no pude avanzar ni retroceder.
Cuando me lamentaba, vino una mujer hacia mí y me dijo:
-¿Qué tienes? ¡Me das pena!
Apenas acabó de hablar me vi en una planicie inmensa llena de verdor e inmensa tranquilidad; entonces, la misma mujer me dijo en tono maternal:
-Ahora sí estás en el cielo.
Me preguntaba, incrédulo, «¿Por qué en el cielo? ¿Qué he hecho para merecer tanto bien?» Allí se presentó doña Crimilda Sánchez, mi paisana, entonces le pregunté:
-¿Estamos en el cielo?
-¡Sí! - respondió-
En ese momento una anciana me llevó a una casa de paja con paredes de bombones. Desde afuera llamó: ¡José! y salió un hombre vestido con un overol; entonces la mujer le dijo:
«¡Dale comida a este hombre, hace tiempo que no come!»
Al escuchar la voz me desperté. A la mañana siguiente hice lo posible para levantarme y fui a buscarle a Crimilda. La encontré cerca a su casa, entonces le dije:
-Crimi, no me vas a creer: «Anoche hemos estado en el cielo»
Ella, entre sorprendida y enojada, me habló así:
-Debes estar loco. ¿Quieres enamorarme? ¡No sabes que tengo mi marido! ¡No estoy para galanterías!
Me dio la espalda y me dejó parado, temblando.
SEGUNDO SUEÑO
Caminaba por una calle solitaria, en eso me encontré con un sacerdote. Al verme tan enfermo me preguntó:
-¿A dónde vas?
-A la iglesia, dónde hacen misa -respondí-
-Pero la iglesia está cerrada ¿No ves que la puerta está con candado?
-Introdujo la mano al bolsillo, luego continuó
-Aquí tienes tres clavos. Agarra dos con una mano y con el tercero golpea, haber si abren.
Así lo hice. Golpeaba con el clavo y nadie me contestaba. Entonces me fui por las calles rasgando las paredes con los clavos. Al llegar a una esquina noté que una de mis manos estaba ensangrentada. Lo limpiaba y no encontraba la herida. La sangre cada vez más aparecía. En eso, pasó la señora Herminia y le mostré mi mano que no dejaba de sangrar; entonces ella me dijo:
-¡La sangre que baña tus manos es la sangre de Cristo! Y me desperté asustado.
TERCER SUEÑO
Yo seguía enfermo. Hasta los curanderos se habían cansado de mí. Una noche soñé que dormía en tanto frío. Me quise sentar para abrigarme pero al tratar de levantarme me choqué con unas tablas. Adolorido, caí de espaldas.
En la oscuridad estiré mis brazos hacia arriba y me topé con una gran tabla. Toqué a mis costados, y también las tablas me rodeaban. Cuando me di cuenta, estaba tirado encima de una tabla; entonces, me desperté y con cuanta sorpresa comprobé que me habían enterrado vivo. Grité con todas mis fuerzas. Pedí auxilio. Golpeaba la madera. Mis dedos empezaron a sangrar de tanto rasgar la madera; en eso sentí como si alguien arrojara tierra, desenterrándome. Continué gritando y pude respirar las primeras bocanadas de aire que me llegaban desde afuera. Por una ranura vi cómo la luz se introdujo y llegó hasta el ataúd. Don Félix García al destapar el ataúd me dijo:
-Ishaco, dame la mano, ¡Levántate!
Para darme cuenta estaba en la sacristía de la iglesia con mi hábito, con mi caperuza y mis pantuflas de palma. La gente que escuchaba misa, mirándose los unos a los otros, sorprendidos, se preguntaban:
«¡Qué huele mal! ¿Alguien se ha muerto?»
Yo no sabía qué hacer, si quedarme allí adentro o salir. Escondido estaba detrás del muro. El cura, que de reojo me miraba, al notar que no era su sacristán, vino hacia mí. Yo salí a su encuentro y le dije:
-Padrecito me han enterrado vivo, por eso apesto. Regálame agua por favor, quiero lavarme.
El cura no se sorprendió, más bien se rió; luego, indicándome con sus dedos, me dijo:
-Aquí esta el mortero, puedes usar el agua bendita.
Me saqué la mortaja y me lavé.
-Sécate primero, luego mírate en el espejo -me dijo el cura
-Así lo hice. Al acercarme al espejo encontré pintado el día y el año en que había muerto. ¡No podía creer! Me pellizcaba, me miraba y me volvía a mirar en el espejo para comprobar si estaba vivo. Esperé que el cura acabara la misa y me explicara lo que me había pasado. Apenas dio la bendición salí corriendo para preguntarle. Él, simplemente me dijo:
-Tú has estado enterrado durante veinte años, pero en los otros veinte años vas a morir de verdad.
-Está bien padrecito -le dije-, pero quiero que me acompañes a mi casa.
Mi familia no me va creer que he resucitado, más bien me dirán que soy un condenado. El cura se rió y me respondió:
-¡Anda nomás, no tengas miedo!
En eso, asustado, me desperté. Me toqué la frente y estaba sudando. -¿Verdad será que he muerto, luego he resucitado? -me pregunté- Ahora tengo 97 años. Eso soñé hace más de cuarenta años y todavía no he muerto otra vez. Es que los años para el Señor dice que se cuentan de dos en dos.
Manuel Nieves
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