En 1,954- Este Era un matrimonio pobre con dos hijos: el mayorcito como de 8 años y la menor de 6.
Los tiempos eran malos, de hambruna y miserias; al ver los padres que no tenían con que alimentar a sus vástagos, resolvieron deshacerse de ellos y optaron por meterlos en unas alforjas y colgarlos luego en un árbol que había en la casa, parta que los cóndores se los llevasen. Pero los niños pudieron libertarse y bajarse del árbol, gracias ala ayuda de uno de aquellos rapaces buenos.; salieron de la casa a escondidas sin ser vistos y se alejaron. Todo ese día anduvieron a la ventura, sin saber a donde irían a parar; ya al oscurecer, cansados y hambrientos llegaron a una casucha solitaria habitada por la “Hachakay”, que era una vieja de aspecto horrible y antropófaga por añadidura. Llamaron y esta salió a recibirlos. -Abuelita:- dijeron ellos -recíbenos en tu casa; no tenemos donde dormir y estamos con hambre. -Pasen, pasen hijos.- contestó la Achakay, amablemente y les hizo entrar en su única habitación que era al mismo tiempo vivienda y cocina.
Ellos se sentaron a un rincón cerca al fogón, mientras la vieja se disponía a servirles algo de comer y que a la sazón se encontraba hirviendo en la olla. Les presentó un “mate” lleno de guijarros calientes y humeantes, diciéndoles que comieran, pero ellos vieron, a la débil luz del crepúsculo, que lo que les invitaba a comer la Achacay no eran ciertamente papas, por lo cual ni siquiera los tocaron.
-¡Como! Les dijo la vieja – ¿porque no comen? Sírvanse.
Los huéspedes cogieron los guijarros, los palparon bien y convencidos que no eran papas respondieron: -Pero son piedras, abuelita. No podemos comerlas.
-Si son papas; y tal harinosas y sabrosas que están… Coman, coman no más-
y diciendo, ella cogía uno a uno los cantos rodados, los partía con la mayor facilidad y se los engullía.
Los niños se quedaron de hambre y no tuvieron más que conformarse, ya que no había otro potaje. La “abuelita” hizo la cama en el otro rincón y dispuso que ellos se acostaran a sus costados. Al poco rato, cansados como estaban ellos se quedaron dormidos. Pero el mayorcito se despertó al sentir los quejidos de su hermanita.
-Abuelita: ¿Qué tiene mi hermana? ¿Por qué se queja?
-Por nada-
respondió la interpelada- le estoy sacando las liendres que tiene en la cabeza y es por eso que llora.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando la niña comenzó a dar nuevamente ayes lastimeros.
-Abuelita- volvió a a preguntar aquel-: ¿Por qué se queja mi hermana?
-Esta tu hermana sucia, está llena de piojos y no quiere que se las saque.
Y así, de rato en rato, la chica se quejaba, y a las preguntas de su hermanito la vieja respondía en forma semejante.
Pero, lo que realmente sucedía era que la “Achakay” aprovechaba el sueño de la niña para ir introduciéndole poco a poco una aguja de arriero por el oído. Los ayes eran cada vez más débiles hasta que, ya cerca del amanecer, cesaron por completo. La vieja se levantó muy temprano y ordenó al chico que fuese al arroyo próximo a traer agua, dándole para ello una canasta.
-Pero, abuelita –
dijo él sorprendido- ¿Cómo podré traer agua en esta canasta?
Se pasará por los huecos. -Si podrás traer; vé pronto.
Al momento de sacar el agua dirás repetidas veces: “Tápate, tápate, canasta”. Y verás como el agua no se pasa. Su propósito era quedarse sola por un tiempo más o menos largo. El muchacho partió, llegó al arroyo e intentó infinidad de veces sacar agua con la canasta, sin poder conseguirlo, no obstante de repetir incesantemente las mágicas palabras; en vista de la imposibilidad de poder realizar su propósito y cansado de esforzarse inútilmente, regresó a casa de la “Achakay”.
-¿Cómo no has podido? –dijo esta.
Voy yo: y verás como traigo agua. Se fue con la canasta a todo andar; entre tanto el muchacho se puso a buscar a su hermana, sin poder hallarla. Se acercó al perol que estaba sobre el fogón y lo destapó; se estremeció de espanto al ver que allí estaba ella, ya descuartizada y dispuesta para servir de comida a la vieja antropófaga. Inmediatamente sacó los despojos macabros, los hecho en una talega y con ella a la espalda se alejó inmediatamente por la senda que faldeaba el cerro. Cuando llegó la vieja y encontró que la paila estaba sin su contenido y que, además, el muchacho había desaparecido, salió inmediatamente en su persecución por el mismo camino que esta había tomado, con la seguridad de que por allí debía haberse ido. Después de un rato, el fugitivo, que había avanzado un trecho regular, se persuadió de que la “Achakay” venía tras él; y como encontrara en el trayecto a un zorro, le suplicó: -“Taytay atocc” (papá zorro) protégeme de la Achakay que viene en mi seguimiento.
-Toma esta harina- le dijo el astuto animal, irás derramando, poco a poco, por el camino y así lograrás que ella se demore y no te alcance. El niño continuó en su huida, siempre con la carga a cuestas, y derramando puñaditos de harina como se lo aconsejó el zorro. Mientras tanto su perseguidora, que había llegado donde estaba éste, preguntó en forma altanera: - “Au. Ruku aukis atocc (oye, zorro viejo); ¿ha pasado por acá un muchacho con su atado en la espalda?
- ¿No!
Le contestó a secas el interpelado. - La vieja siguió su camino, pero ya no con la prisa que hubiera querido hacerlo, puesto que iba comiendo la harina que estaba derramada en el trayecto, mientras que el chico avanzaba más y más. A la larga éste llegó a cansarse, y vio con angustia que la Achakay se le iba aproximando; pero felizmente encontró a la vera del camino a un cóndor, a quien se le acercó y le dijo
: -Taytay cóndor (papá cóndor), la Achacay viene en mi persecución. Sálvame.
-Ven escóndete bajo mis alas- respondió el ave. Al poco rato se presentó la antropófaga y preguntó:
-¿Au, ismu huískor (oye cóndor podrido): no has visto pasar un muchacho con un atado en la espalda?
- ¡No vieja maldita!
Respondió el ave y le dio un fuerte aletazo, cayendo aquella al suelo sin conocimiento. El niño aprovechó de esta circunstancia para continuar su caminata apresurada hasta que, después de un corto espacio de tiempo, fue a dar con un zorrino, que se encontraba al borde de la vía.
-¡Taytay anas! (papá zorrino):- imploró el muchacho Auxíliame; que me persigue la Achacay y esta cerca.
-Escóndete en este hueco- le contestó el animalito y lo ocultó debidamente. Aquella no tardó en presentarse, jadeante y sudorosa; y le espetó colérica, esta pregunta poco cortés:
-“Au raccha asiacc añas” (oye zorrino sucio y pestífero): ¿no ha pasado por aquí un muchacho con un atado a la espalda?
-“¡No vieja nacida para el demonio!”
–Se volteó, se orinó en la cola y la sacudió sobre la cara de la Achakay. Mientras que esta, cegada se restregaba los ojos y lanzaba mil maldiciones contra el añás, el fugitivo haciendo Esfuerzos sobrehumanos, se alejaba de prisa. Pero a la larga se sintió dominado ya por el cansancio, le faltaba el aliento y las piernas le flaqueaban, vio angustiado que su enemiga ya estaba cerca; entonces en medio de su desesperación y no teniendo a quien pedir protección, clamó mirando al cielo: --
“¡Tayta Dios!” suéltame tu escalera de oro para salvarme de la Achakay.
Al momento descendió desde lo alto una escalera de oro y por ella subió él con toda prontitud, hasta perderse de vista, en momentos en que aquella llegaba, y que también pidió suplicante, que le soltaran una escalera de plata para subir al cielo. Su ruego no fue desoído: pues, se descolgó hasta sus pies el artefacto solicitado pero de “champa” (fibras del maguey) con un ratón en medio. Mientras la vieja subía, el animalito roía la escalera sin descanso:
“kach-kach, kach-kach, kach-kach” …
-Maldito ratón:- exclamaba colérica aquella – ¿Porque roes mi escalera? -
¿En que te molesto a ti –contestaba este- Yo estoy comiendo mi maíz. Y seguía “kach-kachk, kach-kach, kach-kach” …
La otra procuraba subir lo más pronto, repitiendo de rato en rato sus iracundas expresiones al roedor; pero este sin inmutarse por nada, seguía. “kach-kach. Kach-kach, kach-kach” ……. Hasta que al fin se arrancó la escala y la vieja se precipitó hacia abajo, repitiendo desesperada
-¡Ay, taytitu! Pampalaman, pampalaman….(Ay padre mío, a la pampa nomás, a la pampa nomás……………)
Pero, no obstante sus súplicas fue a caer de asiento sobre una piedra aplanada, en forma tan terrible que se le abrieron las entrañas desde el año hasta cerca al ombligo.
-¡Taytay cóndor………….! ¡Taytay cóndor…………!
- Gritaba suplicante, el rey de los andes no se hizo esperar, se posó a su lado y le preguntó si deseaba algo.
-Quiero que me hagas el favor de cocerme esta rotura…………..
Aceptó el cóndor hacerle el trabajito, y puso “manos a la obra” al mismo tiempo que aprovechaba de cuando en cuando para engullirse un bocadito de tan apetitoso manjar, hasta que al cabo de un rato terminó su cometido.
-Pero, me lo has cocido todo completamente. ¿Cómo podré orinar? –
Descóseme un pedacito- suplicó la vieja. El rapaz lo descoció de “cabo a rabo” en un santiamén. -Me has descocido todo………….
–Cósemelo por favor pero no totalmente- exclamó ella. El ave reinició su tarea y siempre comiendo y comiendo sus bocaditos de carne fresca.
-Otra vez me lo haz cocido todo- Quiero que me dejes una aberturita para tener por donde orinar… rogó la Achakay.
El cóndor se lo descoció nuevamente todo; y así, cosía y descosía a instancias de la otra, mientras se la iba comiendo cada vez con más apetito, hasta que finalmente se la acabó de comer por completo.
Este cuento es también conocido en algunas provincias vecinas del departamento pero con algunas variaciones. AUTOR: Alberto Carrillo Ramirez – Ensayo Monográfico de la Provincia de Bolognesi- Colabora:
ERASMO TRINIDAD CARRILLO
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