Había futbol en Jircán y también en el estadio de León – Guanajuato en México. Perú enfrentaba a Bulgaria inaugurando su participación mundialista después que fuera invitado a Uruguay del 30; casi como involuntariamente obligados, fuimos entrando al estadio de Chiquian y ubicados en la tribuna de tu preferencia, espectábamos el encuentro local con desgano.
3 y 23 de la tarde y Perú iba perdiendo en México, las radios a pilas transmitían las incidencias del partido y los oídos se agudizaban imaginando las jugadas que se relataban, estábamos a merced y ajenos a la ira de la naturaleza que en esos precisos instantes se desató.
La preservación de la vida es el instinto que el hombre activa de inmediato, probablemente por eso, me vi arrodillado en medio de la cancha pedregosa elevando oraciones entrecortadas llenas de espanto y angustia, por lo que mis ojos estaban mirando desde el perfil mismo del suelo, era un cataclismo jamás imaginado; era uno de esos seísmos que nunca piensas que va ha ocurrir… pero estaba ocurriendo y estaba desgarrando los cerros, hiriendo las quebradas, lacerando nuestros dolidos corazones. La gente miraba por todos lados sin mirar a nadie, buscando un túnel salvador para escapar de ahí, esperando un salvavidas en medio del miedo y las convulsiones internas que nacían en cada remezón, en cada sacudida. Enormes rocas se desprendían de la parte alta de Capilla Punta, Jaracoto remecía la joroba donde todos los 7 de junio plantábamos el pabellón nacional como acto sublime de ver flamear la bicolor en el aniversario de nuestro amado “Coronel Bolognesi”; las paredes del lindero del estadio se cerraban suavemente como hojas de un enorme cuaderno sin tareas narrativas ni problemas de geometría, ondeaban mansamente mientras los añejos adobes de sereno barro explotaban en sus costuras lanzando al aire esquirlas de polvo imperceptibles en medio de tanta agitación y zozobra. Mi brazo cubrió mi frente mientras toda la extensión de mi cuerpo era zarandeado inmisericordemente en el suelo, nadie podía mantenerse en pie por la violencia desatada, gestos de arrepentimiento y culpabilidad escapaban de labios y gargantas pecadoras, las mas escondidas cuitas y desaires amorosos se proclamaban tratando de contener la ira divina, confesiones de deshonras, hurtos, engaños inundaban los cerebros humanos en esa parte de la tierra, y trataban de vomitarlos como acto de arrepentimiento para entrar derechito al cielo… duraba tanto el cataclismo que me dio tiempo de levantar la mirada y aterrado comprobé como “hervía” literalmente la tierra, pequeñas piedrecillas saltaban del suelo movidas por esa extraña y poderosa fuerza que son los terremotos. Algunos ya no soportaban más esta arremetida que no cesaba y trataban de levantarse para correr y caían estrepitosamente de nuevo, las manos crispadas se juntaban instintivamente para pedir perdón, para rogar que mengue la cólera de Dios, para que proteja Chiquian por la devoción de sus hijos y la protección de San Francisco y Santa Rosa… pero la Madre naturaleza desataba toda su saña por la iniquidad de sus pobladores, por la perfidia de los ocultos amantes nocturnos, por la deslealtad del cura Martín y sus 15 hijos, por el protagonismo existencial de china Pancho, Chiwico, Servillón y otros. En fin, trataba de encontrar culpables para explicarme porque, tuve tiempo también de pensar en mis padres, en mis hermanos, en Zoila que trabajaba en Cajacay, en el abuelo Martín… en todos.
Y así como vino se fue. Entonces se desató otra convulsión para salir del recinto y llegar prontamente a casa, un río humano descontrolado y desenfrenado corría por todos lados, la polvareda descontrolaba aún más nuestras reacciones, el temor de la caída de tejas sueltas sobre nuestras cabezas no nos importaba, el suelo estaba lleno de escombros y derribos intestinos de paredes y tejados, gritos y llanto se dibujaban en los polvorientos rostros chiquianos que aquella aciaga tarde de mayo, recibió el castigo de una hecatombe grado 8. Ya había llegado a casa y la preocupación de papá por Nando y Javi que jugaban por los alrededores se disipó cuando aparecieron temerosos. El llanto de mamá también ceso.
Muy de noche nos enteramos que Perú había ganado a Bulgaria en México. Fue un gran consuelo. Si, fue un gran consuelo.
la pluma del cernicalo