Don Alejandro participaba como Santo Varón desde buen tiempo atrás, asistido por su fe y devoción; es viernes santo y la escenificación de la cruxificción se había llevado a cabo ante el llanto de los asistentes; Chiquián, pueblo católico y creyente, se entregaba plenamente a los actos de la semana santa; la familia de don Alejandro conformada por su esposa Inés, sus hijas María y Aurelia, se encontraba presente en la Iglesia; con las señas correspondientes doña Inés le hizo saber a don Alejandro que bajarían a casa y volverían en la noche para asistir a la procesión del Santo Sepulcro.
La casita de don Alejandro estaba ubicada al final de la población, en el barrio de Quiullán, entre Tranca chico y la plazuela Bolognesi, los bosques de Eucalipto de dicho lugar mantenían con un constante viento aromado, y el trinar de las avecillas hacían encantador dicho lugar; desde ese paraje se contemplaba el hermoso valle de Chinchupuquio, Usgor, Obraje, y el plateado río Aynín por el lado izquierdo, al fondo de este valle, el Tucu Chira; al frente el poblado de Huasta y al lado izquierdo de él, petrificado en el cerro, el Danzarín resaltaba con nitidez, las lloviznas habían lavado el polvo que en él se había impregnado; las campiñas de Chivis y Muchcash por el lado derecho, al fondo de él, el Yerupajá imponente, colosal, Majestuoso nevado.
-Mamacita quiero ver al señor JUSAFADO,
llévame a la iglesia por favor; le pedía Aurelia a su mamá. = ¿A quien quieres ver hija? -Al señor jusafado. =Se dice crucificado. -Si pues, pero yo no puedo decir; quiero ir por favor. =Si hija, vamos a ir, pero primero tomaremos nuestro lonche y alistaremos a tu hermana, ella va saumar en la procesión.
Aurelia, la segunda hija de la familia tenía 4 añitos, por ello que algunas palabras no las pronunciaba bien; María tenía 9 años, risueña, alegre, le gustaba cantar como a su madre; apegada a su papá, lo acompañaba a la chacra los sábados, había aprendido las labores del campo; le gustaba realizar algunos juegos varoniles; como chuncar-(jugar a las canicas), jugar al trompo, al run run-(hacer girar mediante un pedazo de hilo, una chapa aplanada de botella); heredera de la fe católica de la casa, se inclinó por el sahumerio, y en las ocasiones que era posible, su madre la vestía de blanco y tul, le preparaba el incensario para que al lado de otras niñas, de esa forma rindieran culto religioso; en esta ocasión el santo sepulcro, conteniendo al Cristo yaciente, descendería por el jirón Dos de Mayo, hasta la altura de la calle de la Escuela Pre- vocacional de varones Nº 351, subiría por el jirón comercio hasta la esquina de la casa de don Manuel Pardo, para retornar a la iglesia; en el trayecto los santos varones, personas de profunda emoción religiosa, de diversas actividades laborales, pero identificados y hermanados por la fe, pedirán la erogación correspondiente a los asistentes, con el consabido estribillo: “Limosna para el santo entierro Y la soledad de María”, “Limosna para el santo entierro Y la soledad de María”, “Limosna para el santo entierro Y la soledad de María” Al finalizar la procesión y con él, el viernes santo, don Alejandro y su familia, con el corazón aun adolorido por el significado de la pasión y muerte de Jesucristo, pero con la conciencia de haber cumplido con el compromiso de su fe, retornan a su modesta casita, aquel que está ubicada entre los bosques de Eucaliptos, en ese bello paraje de Quiullan; de Chiquián querido.
Gratamente:
Juan José Alva Valverde.
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