Morocha

Primer Puesto

Tercer puesto Concurso "Historias de Bolognesi 2010"

chiquian-peru.com

 

No se de donde procedía, pero cuando llegó a Chiquián en el camión de don Segundo Robles y fuimos a ver como lo desembarcaban en medio de siete briosos corceles estaba ella. Yo tenía ocho añitos y siempre quise tener mi propio caballo.

-Abuelito…¡¡¡Quiero que me regales esta yegua!!!.

- Bueno, es tuya.

-Gracias..¡¡¡Papito viejo!!!

-Ah, pero con una condición.

-Haré lo que sea.. ¡¡abuelito lindo!!.

-Que lo cuides bien y me ayudes a amansarlo.

-Trato hecho,..¡¡¡Que no se hable más!!!

Todas las mañanas me levantaba temprano para ir a verlo llevándole pedazos de chancaca o zanahorias, pero antes de dárselos le silbaba y me acercaba, al principio me tenia miedo y salía corcovando, pero de a poco y con el tiempo se fue acostumbrando a mi, hasta llegar al punto que con solo silbarle ya estaba a mi lado.

Morocha

Cuando cumplió la edad para domarlo…

-Bueno, mañana amansaremos a tu yegua, alístate que iremos a eso de las diez.

-Está bien.

Llegando al potrero, como siempre la llamé, se acercó, podía sentir su respiro y ver su mirada nerviosa, le puse la soga al cuello, se puso un poco berrinchosa pero lo aceptó y llevándola a la parte mas plana mi abuelo comenzó a darle vueltas en circulo de un lado a otro, tenia brío, se paraba en dos patas, se quería escapar pero las fuertes manos de mi abuelo se lo impedían; después de casi una hora y media la soltamos completamente sudorosa, me dio una mirada y salio corriendo con el rabo levantado y la cabeza en alto.

-Va ha ser una buena yegüita hijo.

-Ya lo se abuelo.

Todos los días teníamos que trabajarla hasta que ya llegó la hora de montarla, fue muy difícil acostumbrarla a la montura, recuerdo que el primer día mi abuelo ensilló a la más mansa y a mi morocha (ese era su nombre) yo pensé acompañarlo montando a la mansa pero me equivoqué.

-Como tú eres el dueño…¡¡tú la amansas!!

-¡¡Pero yo no se!!

-Tendrán que aprender los dos.

Le tapó los ojos y me obligó a montarla, la yegüita se movía de un lado para el otro hasta que se calmó. Me entregó las riendas y mirando que mis pies estén bien en el estribo.

-Con la izquierda se toma la rienda y con la derecha agárrate de la montura para que no te caigas, solo hasta que se acostumbre por que esa mano tiene que estar suelta para agarrar el chicote, saludar a la gente o sacar el arma.

-Ya, ya abuelito.

-Y no estés temblando que yo la tendré agarrado de la soga yendo siempre adelante.

Una vez que montó la otra yegua, el abuelo me pidió que levante el tapaojo y cuando lo hice, la yegua comenzó a corcovar, pero mi abuelo emprendió la marcha, la fue jalando, ya estábamos por la casa de los Lara y sale un perro ladrando para mi mala suerte, la yegua dio un salto y yo al suelo cayendo con las cuatro letras encima de una piedra, creo que me golpee el huesito de la alegría por que no sabia si reír o llorar.

-¡¡Ya déjate de tonterías!!.

-Pero me duele pues.

-¡¡Monta de nuevo!!... Que si no lo haces el animal toma maña.

-Me duele mi poto.

-¡¡El poto no es gente ¡!!

Tuve que subir de nuevo, ya por la antigua planta eléctrica todo estaba magnifico pero llegando a Chicchó veo que viene un camión por Caranca, ¡¡Huy ahora si me jodi!! (Pienso), una vez que nos encontramos quisimos ponernos a un costado para que pase, pero el chofer quiso pasar rápido y la yegua salio corriendo y corcovando, me voto, cayendo mal y dislocándome el ante brazo, no se quien le ayudó a agarrar la yegua por que yo estaba donde don Muchqui Valerio.

-Aguanta, aguanta, eres varón, los hombres nunca lloran.

-Si, si Señor.

Alos pocos meses ya estaba bien domada, una vez por semana la bañaba al borde de la sequía sin tener que lazarla, en el potrero la montaba en pelo y corríamos por todos sitios, creo que yo hasta tenia matado (con llagas) el siqui, pero eso no importaba, solo sabía que era feliz, hasta que llego la fiesta de Santa Rosa y el día de la entrada mi abuelo me dice.

-Tráeme a la Morocha, hoy es fiesta, le pondremos su terno de plata, quiero que te luzcas.

-¡¡Ya papacito!!.

Salí corriendo con mi soga al hombro, la rasqueteamos, bañamos y le pasamos una especie de aceite que le dejó brillando todo el cuerpo, una vez ensillado me cambie de ropa y la paseaba por las calles, tenia un paso firme y ese día estaba mas fachosita que nunca, la yegua y yo estábamos en la gloria, hasta que me llama mi abuelo.

-¡¡Apéate!!

Vi que un individuo que no conocía la montó y después de dar vueltas por las calles llegó hasta nosotros y se metió a la casa a conversar con mi abuelo, como a la media hora salió, montó de nuevo y se fue.

-¡¡Abuelo!!, ¡¡Abuelo!! Se lleva mi yegua…

-Si hijito, se la vendí a ese señor.

-¿¿Como?? Pero si era mía ¡¡tú me la regalaste!!

- No llores, ya compraremos otra.

Mordiendo mi cólera y bebiendo mis lágrimas, con la impotencia de un niño le dije,

-¡¡No quiero que me regales nunca más nada!!

Nunca más la volví a ver, pero vives en mi recuerdo MOROCHITA, compañera de mis juveniles años.

 

 

ALFREDO.


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