"RINDICUY" Y EL DEDO INDICE DE LUIS PARDO"

Primer Puesto

Primer puesto Concurso "Historias de Bolognesi 2010"

chiquian-peru.com

Pasaron más de 50 años de la muerte de Luis Pardo. El suceso aún tenía testigos vivientes, En Lima y Ancash a menudo aparecían poemas, canciones y cada vez se reestrenaba una película que evocaba sus andanzas. Así que en todo el Perú recién se supo dos grandes verdades: UNA que fue un defensor de los pobres y OTRA que un 5 de enero, mejor prefirió la muerte a una captura humillante en ese itinerario rumbo a Lima. Yo un niño de escasos 10 años, me acuerdo haber oído a los ancianos que lo conocieron y sabían los más mínimos detalles, de este amargo y triste episodio. Particularmente mi abuelo Porfirio -el eterno Juez de Paz de Cajacay- siempre rodeado de amistades propias y extrañas, a golpe del "chinguirito" o "caliche" (alcohol calientito, rebajado con azúcar, limón y hierbas) con sus chascarrillos y cuentos de las Mil y Una Noches, Sabía de Alí Babá, de Pedro Ordemal y hasta de Quevedo, que contaba alternado con los más bellos huaynos de Pastorita y Jilguero del Huascarán, pos mediante los tocadiscos recién salidos a la moda. Recuerdo con cierta nostalgia, el sosiego de sus vivencias y esa curiosa costumbre un poco divertida, que para frenar osadías o precisamente cuando peligraba un gran secreto, rápodamente ponían el dedo índice paradito en la punta de la nariz, enseguida este mismo echadito en el cuello, para acabar raspándolo bruscamente, como quien -como si fuera con un cuchillo- se corta de una vez la propia manzana de Adán y con un sonoro SHIT… de yapa, que en buen castellano quiere decir ¡SILENCIO!.

Luid Pardo

Esta versión de pantomima, poco graciosa que digamos, en si era de cuidado, por su rotundo énfasis a boca de jarro "O TE CALLAS O MUERES"; teniendo en cuenta la ley de la COLT 45. Nunca se sabrá el origen de tamaña ocurrencia, ni quien mudo lo inventó; pero, lo cierto es que el abuelo Porfirio, cuando a veces pernoctábamos en la chacra, bajo la choza de ramas de eucalipto, como quien cuida el maizal de los añacos y amigos de lo ajeno, nos contaba entre otras historias locales, que en ese fatal martes 5 de enero de 1,909, en Chaplán, al borde del rio Tingo, fue rodeado el gran Luis Pardo; el paso siguiente de hecho implicaba alto riesgo y posibles víctimas, ya que él y su compadre Gamarra se parapetaron en una cueva, por entre farallones y tupidas malezas, de modo que despuntada la mañana, había que convencerse, si estaban o habían fugado, para lo cual había que ubicarse necesariamente saltando un ancho oconal recubierto de acelgas y totoras. Pardo estaba listo a disparar al primerito que se asome. Según el relato del abuelo, hubo uno que dio este paso peligroso, agueitó la cueva y al instante se quedó paralizado: Luis Pardo lo vio y entonces vivamente puso su dedo índice en la nariz, en seguida lo bajó al cuello, esto fue suficiente; el hombre guardo silencio – más le valía- y de un salto se regresó por donde había venido. Nadie se dio cuenta. El río bramaba, menudeaban los correteos, entre consignas y arengas, se percibían gritos nerviosos; instantes en que otro se animó a saltar el oconal, abrió unos ramajes, vio a Luis Pardo y grito a todo pulmón ¡AQUÍ ESTAA…! iba repetir la frase otra vez más, pero un certero balazo lo acalló para siempre. Cundió más el pánico, temblaron quienes pensaron que el hombre era presa fácil. Seguía el drama interminable, no había forma, en eso, como que se abrió paso un joven Chiquiano y lanzó un clamoroso gritó lleno de esperanza y buena fe, como paisano amigo: "¡Shay Louis rindikuy!, ¡lapam pueblu shamuy!…" (¡Oye Luis ríndete!, ¡todo el pueblo esta viniendo!), la inmediata respuesta fue un patético y cortante: "¡Pimienta carajo! ¡Primero la muerte! Este incidente fue suficiente para que toda la vida a don Manuel Barba, en Cajacay le llamen con mucho cariño, el popular "RINDICUY". Lo demás es arto conocido. Sonó otro tiro y se cree que esta vez le tocó a su compadre, por su persistente insistencia a que mejor se entreguen. Entereza y arrojo le sobraba, pero no le quedaba una bala. Finalmente, viendo que la suerte estaba echada, arrojó su puñal, su dinero y su revolver al turbulento río Fortaleza y enseguida, para no dar el gusto a sus perseguidores, se lanzó a esa muerte que tantas burló, momentos que fue acertado por proyectiles y objetos. Los gendarmes con su orden de captura "vivo o muerto", llegaron muy tarde, solo a rematarlo cobardemente en el camino incaico a la altura de Colca.

Por eso sería que el abuelo en su vejez y últimos años, se rodeaba de una tira de amigos para compartir y disfrutar de las grandes anécdotas, de aquellos hombres que raramente aparecen en la novela de la vida, como es el caso de LUIS PARDO NOVOA. Y desde luego que acá también, cuando alguien ya se propasaba más de la cuenta, o pecaba de necio, el viejo más sabio se encargaba de poner mucho orden –ya saben ustedes como- mostrando el índice en señal de guardar silencio y mayor compostura. Entre los amigos que yo recuerde del abuelo Porfirio, estaban los señores: Genaro Ríos, Manuel María, Potamio Campoblanco, Víctor Castillo Maguiña, Honorato Herrera, Bernardo Gamarra, Teófilo Ochoa y Máximo Ríos; más después en sus postrimerías el director Emiliano Maldonado, su fiel amigo, con él eran un dueto, tal Quijote con Sancho, asimismo el sargento Teodorico Padilla, su sobrino "Piqui" Mochi Padilla, el profesor de Ica Jorge Chacaltana (muy joven todavía), etc. Esta patota cronológicamente, habrían tenido entre 15 a 20 años de edad, cuando sucedió lo de Luis Pardo, por ello siempre comentaban los hechos, atenidos a las versiones de otros más mayores, testigos excepcionales.

En cierta ocasión, haciendo un alto en sus gajes y quehaceres, como de costumbre brindaban muy animosos en el populoso "Cinco Esquinas" , exactamente en la tienda de Hachi López, de pronto llegó otro anciano más como ellos, o sea de ese vuelo: fornido, blancón, de buena presencia y muy bien trajeado, con elegante saco y sombrero grande de paja; respetuoso y asequible como siempre, aceptó gustoso, un "salud" y de una vez, olvidando una necesidad fisiológica, se "acolleró" del todo, con esa confianza que solo otorga la vieja amistad. Se trataba nada menos que de don Froilán Barba, un hombre -dicho sea de paso- de mucha "correa" y notoria personalidad. Nosotros los niños, cuando este señor conversaba tan entretenido y sin tomar asiento, reparamos que en cada mímica, solamente movía una mano, traviesamente le cogíamos el brazo inmóvil y ¡no había nada!, nada que se llame hueso y carne, solo una manga de tela que colgaba del hombro. Los más pícaros intentaban remangárselo, aprovechando que estaba muy concentrado y era de no enojarse. Sabido era en el pueblo, el gran problema que años atrás él tuvo con Luis Pardo, según dizque por el camino de Cachirpayoc, todo por un pleito de faldas. Así que ese día en dicha tienda, sus íntimos amigos, bromistas como ellos mismos, lo interrumpían estando con la palabra, casi lo impedían proseguir, como quien lo saca de sus casillas. Le recalcaban con sorna una frase: "¡Shay Froilán, anda escóndete que viene Luis Pardo!" Don Froilán Barba, como si supiera que en las bromas pesadas, "el que se pica pierde", respondía muy risueño, con su dedo índice a la punta de la nariz, lo bajaba al cuello y jalaba duro, al puro estilo de Luis Pardo; así que todos explotaban en risa de oreja a oreja ante tal ocurrencia. No había nada que ver, don Froilán a prueba de fuego, era un campechano con gran sentido del humor.

Erasmo Trinidad Carrillo

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