Me levanté una mañana muy temprano a desayunar para ir a la escuela, era mi primer año de secundaria si mal no recuerdo. Llegué al comedor y estaban todos lo primos allí juntos alrededor de la mesa en total eran nueve, siete varones y dos mujeres. Desde el primo mayor Willy pasando por los gemelos que yo siempre confundía los nombres mas el último bebe a quien llamábamos Pocho. Cada quien tenia una función especifica como poner la mesa colocar los platos en orden y luego proceder a servir los respectivos desayunos.
Una vez terminado cada quien seguía con la tarea asignada como lavar las tazas, platos y guardarlos ordenadamente. Era Chorrillos del 67 ¿El lugar? La nueva Urbanización los Laureles en la que el tío Víctor había comprado un chalet para instalarse definitivamente en Lima, luego de su prolongada estadía en un lugar llamado Chiquian nombre que yo había escuchado repetidas veces de labios de mi madre desde que había tenido uso de razón.
Ese año mi familia mudó de Las Delicias de Villa hacia el centro de Lima y yo estaba matriculado en el Colegio que después seria la Gran Unidad Escolar José de la Riva Agüero a cursar mi primer año de secundaria. La distancia desde mi nueva casa a Chorrillos era bastante lejos y mi madre hizo los arreglos con la tía Teodora para quedarme durante este primer año escolar en su casa de Chorrillos.
Tengo los mejores recuerdos de esa época en la que nos divertíamos jugando pelota y trepando los cerros cercanos a casa. El primo Hugo era el segundo de la numerosa familia y que yo además de convivir en la casa de los tíos, lo veía diariamente en el Riva Agüero donde ambos estudiábamos, yo iniciando la secundaria y él terminándola.
Por cuestiones de afinidad en la edad Hugo mantuvo mucha comunicación con mi hermana y así a pesar de la distancia y las esporádicas veces que nos vimos, supimos siempre de sus andares como cuando ingresó en 1969 a la Escuela Militar de Chorrillos donde hizo una brillante carrera militar. Pero el primo nunca olvidó su paso por este lugar llamado Chiquian donde seguramente guardaba los mejores recuerdos de su niñez y adolescencia.
A pesar de tantos años en la capital no opacaron ningún detalle de lo vivido en este pueblo enclavado a 3390 m.s.n.m. y del que nunca se desligó.
Él, hace unos años publicó un libro titulado “30 DE AGOSTO EN EL PUEBLO DE CHIQUIAN” Donde ha hecho un serio y excelente trabajo de investigación sobre este maravilloso lugar describiéndolo todo, desde su reseña histórica pasando por sus costumbres, tradiciones, pintorescos lugares, sus comidas típicas y toda la parnefalia que compone la celebración de sus fiestas, especialmente la del 30 de Agosto día de Santa Rosa Patrona del pueblo.
Tuve la suerte de conocer Chiquian a los diecisiete años justamente para la fiesta de Santa Rosa y logré disfrutar de toda la celebración incluida una corrida de toros y danzar alrededor de la plaza, además de conocer a la numerosa familia de mi madre. Ojear y releer nuevamente este libro desde esta parte del mundo nos trae a la memoria numerosos recuerdos que de pequeño escuchaba sobre la vida y las costumbres de la tierra de mi mamá.
Ya me era familiar escuchar hablar sobre Luis Pardo y sus aventuras de bandolero que robaba a los pobres para dar a los ricos. Saber que la tía Veneranda Pardo era unas de sus numerosas hijas atribuidas a este icono chiquiano. Frases como Rumiñahui, Pallas, Mayordomos, Mayoralas, me sonaban cercanos, también los apellidos como Ñato, Bracale, Aldave, Gamarra siempre llegaron a mis oídos con mucha continuidad por los relatos que tantísimas veces contaba mi madre sobre la fiesta principal del pueblo. Y aunque el libro no hable esto, también recuerdo los cuentos de “aparecidos” y “fantasmas” que mis hermanos le pedían a mamá que cuente, especialmente en las noches y que ella comenzaba diciendo:
“…. Una noche en la hacienda de fulano de tal se le apareció una mujer muy bella a un caminante…..”
y yo y mis hermanos estábamos trenzados, casi trepados sobre mama, metidos en su cama escuchando atentos la misteriosa historia que ya sabíamos que el final nos iba poner los pelos de punta.
El libro, además de describir detalladamente, como hemos explicado líneas arriba, todo sobre Chiquian, va acompañado de una colorida y variada cantidad de fotos que realmente resalta cada página y nos sumerge prácticamente a ser protagonista y estar allí en el mismo pueblo disfrutando de sus bondades. Entonces al ver algunas fotografías me recuerda la imagen del tío Alico Calderón, el viejo tío que era como el tronco de la familia, con su viejo saco y su típico sombrero, así algo barbado y que aún logré ver como desgarraba con sus dedos mi pequeña guitarra y le sacaba algunas notas de uno que otro yaraví y otros huaynos.
La chicha de maní que la tía Jesusa preparaba y vendía en su pequeña tienda acompañada de la prima Hilda y que yo alguna vez ayudé a su preparación, pero claro solo echándole el azúcar al gusto. Es Chiquian esa tierra que yo guardo recuerdos que mi madre siempre nos inculcó el lugar de nuestros viejos tíos de esa raíz de la familia materna.
La tierra de Papa Alico de Mama Diega hermanos mayores de esa generación que seria larguísimo mencionar. Lugar donde no olvido la costumbre de usar unos diminutivos en los nombres como la prima Beacha por Beatriz, el tío Anacho por Anatolio y también el de mi madre que de Aquilina la llamaban Aquicha.
La tierra que una vez un cajamarquino como el tío Víctor que llegó seguramente a cumplir su servicio como miembro de la Guardia Civil y que nunca imaginó enamorarse de una linda chiquiana como la tía Teodora. Una historia de amor que a mi madre le cupo como tía mayor darla en matrimonio al joven enamorado; que daría como frutos de amor nueve hijos. El primo Hugo Agüero Alva, segundo de todos ellos ha escrito este libro: 30 DE AGOSTO EN EL PUEBLO DE CHIQUIAN, como un legado para las futuras generaciones de chiquianos.
Nestor Ruben Taype
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